El papa y las predicciones
La República. Lamitadmasuno
Los “vaticanistas”, un selecto grupo que presumía de saber al detalle de lo que pasa en las altas cumbres de la iglesia, han sido puestos en ridículo. En la reciente elección del papa no han acertado en nada; su lista de papables que engatusaron a la prensa no incluía al que fue elegido porque ofrecía el panorama de una iglesia conmocionada y atravesada por una disputa áspera entre el poder y el dinero radicados en Roma y los vientos de renovación que llegaban desde fuera.
Este error puede ser la consecuencia de la convicción de que el principal problema de la iglesia son sus recientes escándalos y filtraciones. Los “vaticanistas“ no cayeron en cuenta de que los cardenales tenían, mayoritariamente, otra lectura de su realidad y otra agenda. Se decía que Roma esperaba un papa continuista y que la periferia y los medios empujaban a uno nuevo, nuevo de verdad. Los 115 cardenales no eligieron ni lo uno ni lo otro, sino a quien al parecer intentará llevar adelante el desafío de la nueva evangelización para que el catolicismo recupere el terreno perdido y afirme en el mundo sus dogmas de fe.
Un papa jesuita y argentino es demasiado original, una combinación poco convencional para la necesidades de la iglesia, sobre todo porque los jesuitas siempre fueron un poder que contestó a Roma y en más de una ocasión perseguido por Roma, y porque Argentina es un país que ha confrontado seriamente los dogmas religiosos, en una pugna donde la iglesia no ha salido victoriosa.
Analizar la elección del cardenal Bergoglio con el exclusivo eje argentino es insuficiente. Es cierto que Argentina ha sido en los últimos 20 años un laboratorio de crisis, de experimentos de programa y de grandes procesos de apertura social. Sin embargo, sigue siendo un microclima político signado por ese producto tan original denominado peronismo y una cultura con influencia democrática que interactúa en una comunidad política fuertemente clientelista y populista.
El Papa Francisco es un producto de esa cultura nacional pero también de su experiencia en la iglesia universal donde lleva 21 años como obispo y otros 12 como cardenal. Su condición de jesuita lo convierte en un soldado de la fe dispuesto a la calle y a la batalla. Sus pasadas relaciones con agrupaciones peronistas como Guardia de Hierro y sus relaciones complejas con la política argentina desde la dictadura militar hasta los Kichner, lo hacen un político/papa más que un papa/político. De hecho, tiene más calle que sus cuatro antecesores juntos.
Su elección parece ser muy racional y de efectos calculados, a diferencia de la elección del desconocido Karol Wojtyla en 1978. Los cardenales han puesto al mando a un carismático hombre público, ya tentado por el papado hace ocho años, un jugador rudo, experto en el dialogo y la confrontación y en el face to face de la política, un panzer más que panzer que su antecesor, criollo y campechano, más hacedor y deshacedor de entuertos.
Es probable que la iglesia necesite con urgencia una nueva evangelización y que esta urgencia se encuentre en los cimientos de la votación alcanzada por Bergoglio. Como jesuita es resistido por los grupos neoconservadores de la iglesia que atacaron a esta orden histórica en los últimos años con la complicidad de Roma. Sin embargo, nuevos y antiguos conservadores ganarán con una nueva evangelización y este sería un elemento central de un nuevo pacto para la recuperación del catolicismo. ¿Eso puede llamarse evangelización sin renovación?
La personalidad de Bergoglio no es por si sola garantía de éxito. El escritor y periodista argentino Horacio Verbitsky lo ha calificado como un populista conservador y ahí podrían estar los límites de una gestión efectista que no logre resultados concretos en los próximos cinco o seis años, principalmente porque el sentido de esa evangelización estará en disputa con una sociedad que no recusa la fe pero que demanda libertades y derechos modernos. Podría ser que finalmente, así como su antecesor, Bergoglio sea parte de una larga transición.
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